Castigo a los que disienten
Castigo a los que disienten
Una antigua leyenda china refiere la historia de un corsario, un tal Ching, que se enfrentó a poderosos imperios del mar y los venció. Al morir, dejó al mando de su flota a la viuda Ching, "mujer sarmentosa, de ojos dormidos y sonrisa cariada. El pelo renegrido y aceitado tenía más resplandor que los ojos". Esa narración me evocó hechos recientes.
En 2003, Néstor Kirchner le prometió a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) la personería gremial, título habilitante para la representación sindical. Pero esa personería nunca fue otorgada. La CTA, fundada por Germán Abdala y Víctor De Gennaro en 1991, se había alejado de la CGT sosteniendo dos principios: la autonomía del sindicalismo frente a gobiernos y partidos y la democracia interna. ¿En qué ha terminado aquella simpatía sindical del kirchnerismo? En su actual alianza con "los Gordos", el sector más anquilosado del universo sindical. En lugar de legalizarla, el Gobierno intentó cooptar a la CTA, estimulando una disidencia primero y manipulando luego el resultado de las elecciones internas que en 2010 ganó el sector inspirado por el fundador De Gennaro, que hoy conduce Pablo Micheli. Ese proceso electoral fue judicializado y se paralizó: aún no ha sido resuelto por la Corte Suprema.
Cuando Hugo Moyano, espoleado por la crisis económica, rompe con el Gobierno, el oficialismo lo sataniza. Si antes lo exaltaba por su lucha contra el "neoliberalismo menemista", ahora el Gobierno lo presenta como "esbirro de la derecha". Se ventilan sus andanzas juveniles en la Juventud Sindical Peronista. El prontuario es un perchero cómodo para colgar las conveniencias del momento.
¡Qué corto e incoherente es el discurso oficial sobre el sindicalismo! Si el Gobierno hubiera deseado de verdad modernizar y democratizar la vida sindical, habría reformado la ley de asociaciones profesionales. Y había varias asignaciones pendientes: comicios directos para que los afiliados eligieran a las comisiones directivas, mayor transparencia en las cuentas de las organizaciones, no reelección, entre otras.
En ocho años no tocaron ese régimen legal porque el statu quo sindical era funcional al continuismo kirchnerista. Ahora, el camionero Moyano, independizado de la tutela oficialista, cuestiona al Gobierno y formula ácidos reclamos: un impuesto que grava sueldos bajos, unas asignaciones familiares que no tienen la universalidad necesaria para cumplir su función social. ¿Qué enseña todo esto? Que el oficialismo, obcecado como vive por la riña cotidiana, privilegió el interés político momentáneo sobre las reformas que necesita el país.
El corsario Ching, antes de morir y dejar el mando a la viuda Ching, había establecido un código que la viuda aplicaba a rajatabla: "Sé cruel, sé justo, sé obedecido, sé victorioso". La viuda Ching era implacable y se enfrentaba a sus adversarios con una espada en la mano derecha y una pistola en la izquierda. Para las viudas Ching, escuchar al oponente es sacrilegio. Pactar es desfallecer. Hay que ganar siempre, y para ganar vale cualquier recurso. Para el poder, Hugo Moyano pasó a ser réprobo. No se le perdona que cuestione el catecismo. Pero ¿qué quieren que haga un sindicalista? Cuando Moyano cumple su función de sindicalista, es decir, se pone al frente de los reclamos por mayor justicia distributiva, se acuerdan de que era un burócrata.
Cuando Scioli anuncia que competirá por la candidatura presidencial en 2015, se transforma ipso facto en traidor. Pero lo que hace Scioli ¿no es acaso el curso natural de las cosas? En un partido político se abren líneas internas y se lanzan proyectos grupales y personales. El tiempo dirá si cuajan o no. En el feudo kirchnerista, a Scioli se le responde con una declaración de guerra. Al disidente se lo somete al uso desvergonzado de la zanahoria presupuestaria: provincia o gobernador que se corta solo, o saca los pies del plato, es provincia o gobernador al que se le retacearán los fondos, sin importar que los perjudicados sean los ciudadanos.
Tiene un toque siniestro la referencia que la prensa oficialista hace de dos personajes que intentaron la independencia contra la hegemonía entonces absoluta de Perón. El sindicalista Cipriano Reyes fue cabeza de la corriente obrera en la que se apoyó Perón para conseguir su liberación de la cárcel en 1945 y para postularse como candidato en las elecciones de 1946. Una vez presidente, Perón refundió en el Partido Justicialista sus dos soportes: el Partido Laborista, que había creado Reyes, y la Junta Renovadora de la UCR, de Hortensio Quijano. Pero Cipriano Reyes no aceptó esa fusión y durante dos años, mientras duró su mandato como diputado, mantuvo vivo el Partido Laborista. En 1948, al perder sus fueros, se lo detuvo; le imputaron una absurda acusación (complot para matar a Perón) por la que estuvo encarcelado hasta 1955.
La segunda referencia a un "disidente" le cabe a Augusto Timoteo Vandor, un dirigente metalúrgico que nunca cuestionó el liderazgo de Perón. Por el contrario, acuñó la frase: "Para salvar a Perón hay que estar contra Perón", con la que quería significar que sólo se separaba del exiliado en la conducción de la política diaria, pues Vandor pensaba, a diferencia de Perón, que las bases deseaban participar aun en elecciones condicionadas. Esta módica discrepancia no fue admitida por la ortodoxia peronista. Vandor fue asesinado por un comando protoguerrillero en 1969, cuando aún no existían ni Montoneros ni el ERP. La guerrilla que lo mató no aceptaba a ningún sindicalista, cualquiera fuera su identidad. Sostenía que las masas obreras iban a darse su conducción en la lucha revolucionaria. Como método, usaban el tiro en la cabeza. Así asesinaron a decenas de secretarios generales de sindicatos, algunos acusados de corruptos o de delatores (pero ¿quién los había juzgado?), y también a históricos luchadores como Atilio Santillán, líder de los obreros del azúcar en Tucumán. En cínico cálculo, los asesinos de Vandor quisieron aprovechar, como ángeles vengadores, las diferencias entre el sindicalista y el jefe del movimiento.
Así se dirimían las cuestiones en aquellos años: a Cipriano Reyes lo destruyeron como político; a Vandor lo asesinaron como a un perro. Semejante violencia ya no existe. Pero ¿acaso la intolerancia con la que se mata simbólicamente al disidente no contiene un germen de esa semilla?
Podrá alegarse que, al fin y al cabo, se trata de discusiones y fragores de la vida democrática: en todas partes hay luchas políticas. Si la rebeldía de Moyano provoca la fragmentación del sindicalismo, no pasa nada. Así como se dividen hoy, mañana volverán a unirse. Más grave es el caso de Daniel Scioli. Aquí se bordean peligrosos precipicios legales, porque la hostilidad cotidiana y rabiosa del poder central contra un gobernador -tanto más si es de la provincia de Buenos Aires- amenaza el edificio constitucional. La viuda Ching de nuestra actualidad vive blindada y cada día dispara con una mano y corta cabezas con la otra.
La viuda Ching de la leyenda, tras mucho batallar, se concentra en la guerra contra los dragones, pero finalmente se agota y se retira, dedicando "su lenta vejez al contrabando de opio".
La leyenda de la viuda Ching nunca existió. Fue un invento del joven escritor Jorge Luis Borges, autor del cuento "La viuda Ching, pirata", al que pertenecen las citas de este artículo. El cuento se publicó en el diario de la tarde Crítica el sábado 23 de agosto de 1933. Hoy, integrado en el libro Historia universal de la infamia, llega a lectores del mundo entero.
Cualquier parecido entre esta ficción y la realidad se debe al espíritu de malevolencia tan común entre nosotros
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