Por Carlos Tórtora para el Informador Público
El Gobierno perdió la iniciativa política y apuesta a triunfar en octubre exclusivamente gracias a la economía. Néstor Kirchner compartía con Carlos Menem y Raúl Alfonsín la misma obsesión por mantener siempre la iniciativa, fijando la agenda pública a través de la creación de escenarios impactantes en donde el Gobierno era siempre el primer actor. Así fue que el ex presidente empezó con la defenestración de la Corte Suprema, luego reactivó los juicios a los militares, para pasar inmediatamente después a la batalla por la renegociación de la deuda externa. Sin ceder nunca la iniciativa, Kirchner planteó después la estatización de los fondos de las AFJP y de allí saltó a la reforma política y la batalla contra Clarín, la ley de matrimonio igualitario, etc. Con la muerte de Kirchner, este estilo cambió. CFK no generó ningún escenario político conmocionante. Se limitó, en cambio, a explotar los logros económicos del Gobierno, tratando de imponer en el electorado la idea de que el consumo y el poder adquisitivo estarían bajo riesgo si gana la oposición. El resultado de este nuevo estilo es que la suerte electoral del Gobierno parece descansar exclusivamente en sus éxitos económicos, mientras que en lo político se acumulan los fracasos más diversos. Da la impresión de que la costosa estructura de inteligencia del Estado no advirtió con tiempo a la presidente que se avecinaba el escándalo Schoklender-Bonafini y que las compulsas de ADN de los hermanos Noble Herrera terminarían en un fracaso para el kirchnerismo. Los encuestadores del oficialismo, por su parte, se equivocaron de medio a medio al sostener que el Frente para la Victoria estaba en condiciones de ganarle la Capital a Mauricio Macri. En el armado electoral, los errores no son menos importantes. La Casa Rosada estaba convencida de que Carlos Reutemann aceptaría salir en las fotos con Agustín Rossi, apoyándolo para que gane la gobernación de Santa Fe. Pero el ex piloto hizo lo que mejor le sale y se escabulló a todas las presiones oficiales, dejando al kirchnerismo solo ante el peligro de salir tercero el próximo domingo, detrás de Miguel del Sel. En Córdoba, ni el más pesimista de los operadores presidenciales suponía que José Manuel de la Sota y Juan Carlos Schiaretti harían del congelamiento de las relaciones con CFK su mejor argumento para ganar la gobernación el 7 del mes que viene.
Y ni que hablar de la resolución manu militari de la composición de las listas de candidatos, que lastimó a la mayor parte de la presidencia del PJ. Esta pobreza política también aumenta la Scioli-dependencia del kirchnerismo, que cada vez más está sujeto a conseguir en octubre cerca del 50% de los votos en el segundo cordón del conurbano.
Sin tiempo para cambios
La ausencia total de iniciativa y el abandono del estilo de negociación peronista fueron sustituidos por la administración de los resortes del poder casi sin articulación política. El encumbramiento de un cortesano como Carlos Zannini es el ejemplo más claro de que la política está siendo reemplazada por la aplicación, sin anestesia, de los mecanismos del poder. El relato mediático diario de la presidente es otra muestra de este nuevo esquema. Ella apenas alude, a veces indirectamente, a la realidad política, la oposición y los temas de la coyuntura. Sus discursos, a veces autistas, se aferran obsesivamente a los números, los éxitos reales y supuestos de la economía y a las medidas que se adoptan. La discusión política está fuera de la agenda presidencial y Cristina actúa en la práctica como si su difunto marido siguiera ocupándose de negociar, acordar y construir. Sin duda que el espectacular ascenso de CFK en las encuestas desde el bicentenario y luego de la muerte de Kirchner no sólo disimuló la ausencia de política sino que hasta creó la ilusión de que ésta no era más necesaria.
La realidad es que parece tarde para que el cristinismo, en medio de la lucha electoral, se reformule a sí mismo y regenere los consensos en crisis con el PJ, el sindicalismo, los empresarios y hasta la centro izquierda. Tal vez como una forma de afirmar su poder personal, la presidente se ocupó de esmerilar a las pocas espadas políticas del gobierno, empezando por Aníbal Fernández, para darle mayor juego a un ejecutor más limitado, como es Florencio Randazzo. El ascenso de La Cámpora en los espacios de poder tiene el mismo signo: los jóvenes turcos del kirchnerismo vienen a purgar a la vieja clase política y entonces generan más problemas que soluciones. Dentro de un mes, el Gobierno tendrá que colectar en la primaria del 14 de agosto el 40 por ciento de los votos para evitar que se derrumbe el mito de su invulnerabilidad para octubre. A la primaria, la presidente llegará con el escándalo de Schoklender-Bonafini y el caso Noble Herrera a cuestas, más dos derrotas contra Macri y otra segura en Santa Fe. En otra consecuencia de su carencia de política, el cristinismo no dejó espacio para los grises. Aseguró que la segunda vuelta era imposible y que, por lo tanto, ni siquiera debía considerarse como hipótesis. Si los hechos empiezan a desmentir esto a través de un porcentaje inferior al 40% en la primaria, el Gobierno sufrirá una nueva derrota por el solo hecho de que el ballotage se vuelva altamente probable. El kirchnerismo no está preparado para ganar el ballotage, porque sencillamente niega la posibilidad de su existencia. Con las primarias, el error fue parecido. El Gobierno instaló en la sociedad la idea de que Cristina ya ganó: ¿entonces qué incentivo tiene el electorado para votarla en una primaria en la que no compite con nadie?
Si las primarias abren la expectativa de una segunda vuelta, CFK seguiría marchando hacia octubre enarbolando sólo las banderas de la economía, mientras la política sigue ausente de la Casa Rosada.
Comentarios
Publicar un comentario