LA FALTA DE TALENTO NOS ESTÁ MATANDO
Por Cosme Beccar Varela


En la Sección “Correo del Lector” acabo de publicar un artículo de un señor Diego Wartjes en el que sostiene que la decadencia de nuestro país se debe a la falta de talento de los argentinos. Léalo porque es desoladoramente convincente, aunque no creo que haya detectado los síntomas principales de esa falencia. Enfoca el asunto de un punto de vista excesivamente centrado en lo económico y en las ciencias naturales, cuando en realidad la falta de talento tiene raíces más profundas.
No es que los argentinos seamos atrasados mentales, incapaces de pensar y de actuar con energía, eficacia y constancia. Podríamos, si quisiéramos, tener talento y con eso cambiaría totalmente nuestra situación, tanto más que Dios nos ha dado un país con riquezas naturales y un clima maravillosos.
Para ayudar a corregir ese estado de abandono de nuestras posibilidades me parece útil mostrar algunas de los síntomas del mal y la forma de combatirlo.
1) Nos faltan principios de fe y de buena filosofía, lo cual nos deja sin criterios, nos hace dubitativos y poco seguros en los análisis intelectuales y en las decisiones.
Los principios son certezas adquiridas y actúan como los cimientos de las casas o como el Norte de las brújulas. Sin ellos las casas se derrumban y la navegación es imposible.
La mayoría del pueblo argentino es católica, por eso no se trata de convencer a esa mayoría de que los principios de la fe sean verdaderos, sino de hacer un esfuerzo por conocerlos evitando los malos maestros del “progresismo”, porque lo que estos enseñan no es catolicismo sino una herejía muy semejante al relativismo, al agnosticismo y en asuntos sociales, al marxismo o sea, son engañosos y engendran fanatismo, que es lo contrario del talento.
Los principios de la fe ayudan enormemente a pensar también en el plano natural, pero hay hombres talentosos que no son católicos porque no yerran en la filosofía básica. Sin embargo no hay un hombre del genio de Santo Tomás de Aquino que no sea católico.
Los principios filosóficos básicos son simplísimos. Todos los saben pero dejan que se los confundan con “filosofétidas” inventadas por el Pensamiento Único.
Veamos algunos de los más elementales. “Lo que es, es; lo que no es, no es. Todo ser es idéntico a sí mismo. Si una afirmación es verdadera, su contradictoria es falsa. La verdad es la coincidencia del pensamiento con la realidad. Las ocurrencias puramente subjetivas, dando la espalda a la realidad o negándola, sólo pueden ser verdaderas por casualidad pero no son principio de ningún pensamiento serio. La lógica tiene sus reglas que si se respetan permiten razonar de lo conocido a lo desconocido con certeza. Las opiniones pueden estar equivocadas pero si están fundadas en una observación cuidadosa, en la experiencia y en una reflexión intelectualmente limpia de interferencias pasionales, pueden alcanzar un alto grado de probabilidad en la cual uno se puede apoyar, siempre que no excluya ser corregido por quien tenga mejores fundamentos. La ley natural, base de la moral, está escrita en el corazón de todos los hombres. El primer principio moral es hacer el bien y evitar el mal.”
Estos son algunos de los principios filosóficos esenciales. Se trata de pensar a partir de ellos. Cuando no lo hacemos nos confundimos, perdemos la capacidad de entender y carecemos de talento.
2) La falta de talento se ve en la facilidad con que somos engañados en la interpretación de los acontecimientos. Los “opinadores” nos llevan de las narices adonde ellos quieren. La falta de talento impide tener ideas propias y hacer una crítica razonada de las que nos presentan. Y lo que es peor, una vez dominados por el engaño, nos aferramos a él con tozudez de burros, sin que el fracaso resultante nos haga dudar del disparate que han insertado en nuestra cabeza.
Para salir de esa jaula mental, hay que analizar las opiniones corrientes y sacar nuestras propias conclusiones en base a la buena filosofía.
3) La mediocridad malévola de los líderes que aceptamos. Peor aún: sentimos un rechazo instintivo por cualquier hombre superior, como si nos incomodara la mayor inteligencia del otro.
Si pasamos revista a los líderes políticos actuales, por ejemplo, podemos ver que son de una inferioridad humana y de una inmoralidad asombrosas. Pueden ser “vivos” y dicharacheros -algunos- pero son impresentables en cualquier nación civilizada.
Una y otra vez han demostrado su deshonestidad, su falta de inteligencia y de capacidad. Sin embargo, insistimos en considerarlos potenciales dirigentes de la Nación.
Hemos tenido muchas pruebas de que no sirven pero las desechamos con “slogans” de analfabetos tales como “es lo que hay”, “son el mal menor” y otros semejantes, olvidando que si son malos, harán naturalmente el mal porque la acción sigue al ser y el poco bien que se vean forzados a hacer por conveniencia política, lo harán mal y a desgano. Esto es de una evidencia solar pero nuestra falta de talento y nuestra mediocridad nos hacen sentir afines con esos asnos “democráticos”.
Esto se corregiría simplemente con llamar “pan al pan y vino al vino”, es decir, descartando “in limine” cualquier pretensión de esos asnos de convertirse en líderes de la Nación. Y si alegan que tienen millones de votos no hay que inmutarse. El que vota por un burro es otro burro. Y los burros, por más que sean millones, no dejan de ser burros. Sólo son muchos burros. El número de nulidades no produce talento nunca.
4) La vida social de los argentinos es de una pobreza intelectual espantosa. Las conversaciones inteligentes no existen. Cualquier comentario con un poco de interés cultural cae en el vacío. Sólo se repiten los comentarios aprendidos de los opinadores, se habla de diversiones, de plata, de chismes y con chistes. Cualquier conversación seria, muere de inanición a los pocos minutos de haber empezado, si es que alguien se atreve a empezarla. A lo máximo que se llega es a resumir algún “best seller” o una vista de cine que, en general, son monumentos a la estupidez con una abundante cuota de pornografía.
Hay dos maneras de salir de este circo de payasos, callarse o alejarse, sin perjuicio de ser siempre tan amable como se pueda. Y si no se tiene más remedio que estar, trate de observar y de analizar la mentalidad de los presentes. Siempre se aprenderá algo sobre los efectos que causa en las personas la renuncia al talento y eso nos ayudará a incentivar el propio, por pequeño que sea.
5) Horror a la individualidad y apego desmesurado por el grupo. El sentirse realmente solo, en disonancia con todos los demás, nos parece una catástrofe. Eso es falta de vida propia, ausencia de contemplación, falta de carácter.
Ningún gran hombre de la Historia fue así. Colón descubrió América enfrentando a toda su tripulación en medio del Océano inmenso y desconocido, guiado por sus certezas y dominando su temor a errar.
Todos los Conquistadores de América española crearon un continente nuevo en las condiciones más adversas imaginables, desafiando la más aplastante inferioridad de posibilidades, venciendo la hostilidad de los salvajes, de las fieras, de los desiertos, de las selvas y las rivalidades de sus propios compañeros. Esa era gente ruda pero de un inmenso talento.
6) La Argentina es el paraíso de los tontos. En ninguna parte los tontos tienen tanto éxito como aquí. Peor aún: no hay nada más peligroso para la propia carrera que ser algo inteligente y no tener miedo de decir lo que uno piensa. Es impresionante la cantidad de tontos que han llegado a ocupar altas posiciones en el empresariado, en la política, en la literatura, en la vida social. Todos ellos son huecos, pretenciosos, petulantes y desleales. La única esperanza de hacer carrera para alguien que tenga algún talento es fingir que es tonto. Me estoy acordando en este momento de dos tontos de campeonato que han hecho unas carreras empresariales fabulosas, completamente inexplicables a no ser por la falta de talento de los argentinos. Obviamente me reservo sus nombres, pero los tengo presentes como una ilustración y como una prueba irrefutable “in pectore” de la veracidad de esta tesis.
Y la prueba probatísima se llama Kirchner. Ese tonto de capirote, en vida y después de muerto, era y es tenido por un genio de la política. ¿Cómo sería eso posible en un pueblo con talento?
7) La facilidad con que los argentinos nos adaptamos a las más despreciables condiciones políticas y sociales es otro síntoma de la falta de talento. El hombre inteligente es también imaginativo y sensible para percibir las cosas y sus matices. Odia la insolencia del ignorante, la prepotencia del más fuerte, le desagrada la mala educación, le molesta la suciedad y el desorden deliberados, no soporta al ordinario con poder, le indigna la arbitrariedad, es decir, se siente agredido por todos los hechos públicos que chocan contra el auténtico ser social. No se adapta voluntariamente al desorden sino que lo sufre como una negación del ser, como una deformidad horrenda.
Para tener talento debemos obligarnos a luchar con todas nuestras fuerzas para que las cosas vuelvan a su verdadero cauce. Si no lo conseguimos no debemos conformarnos nunca con la injusticia, ni con el desorden, ni con la fealdad, sino por el contrario, sentirnos sometidos a un estado de violencia, aunque sin desesperar, porque sabemos que Dios existe y que finalmente, en esta o en la otra vida, se hará Justicia.
Recordemos aquella bienaventuranza en que Nuestro Señor prometió: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” (S. Mateo, 5, 6). Tener “hambre y sed de justicia” es una prueba irrefutable de talento.
8) Incapacidad de admirar la grandeza virtuosa. Sólo se admira la riqueza, la habilidad deportiva, el éxito social y aún así, casi siempre con una admiración acompañada por la envidia y un sentimiento de frustración personal.
Esta mezquindad de la multitud sin talento impide el liderazgo de los hombres grandes de verdad y que puedan ayudar a sus contemporáneos a ser mejores. Están incomunicados por la falta de talento generalizada y mueren aplastados por la mediocridad que los rodea. El caso del Dr. Favaloro es característico.
¿Cómo se corrige este grave defecto? Aprendiendo las razones que hacen realmente admirables las personas y las cosas y admirando lo admirable sin retaceos ni envidias ni comparaciones depresivas consigo mismo. Hay que dejarse atraer por la grandeza para ser grande. Eso es tener talento. Si una parte ponderable de los argentinos fuera así, la Argentina sería una gran Nación en la cual reinaría la Justicia, la prosperidad y el bienestar general.

Cosme Beccar Varela

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