Políticos populares con vidas suntuosas













 Nunca es triste la verdad
Políticos populares con vidas suntuosas
Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


"Una inmensa casa de su chacra de Paso Córdoba rodeada por cuatro hectáreas de durazno. Con un estilo rústico merecedor de una producción de tapas para revistas de arquitectura". Así describió el diario Río Negro el suntuoso paraíso privado del gobernador Carlos Soria. Pasados los espeluznantes detalles de su crimen de cuarto cerrado, de su horrible tragedia familiar, no quedará mucho más que esa postal aérea de la prosperidad, ese lugar de ensueño donde el dirigente peronista se abocaba a dos grandes pasiones: los caballos y las armas de fuego. Es muy posible que Soria haya alcanzado semejante nivel de vida gracias a su habilidad en los negocios privados. Aunque al ciudadano de a pie le queda siempre la impresión de que pocos dirigentes han nacido para ser pobres. Y que al final invariablemente consiguen salirse con la suya (vivir como personajes de la revista Hola) mientras articulan conmovedores discursos populares y juran encarnar a quienes poco o nada tienen.
Hace rato que el heroico partido de los desposeídos se transformó en una poderosa oligarquía basada en feudos y en manejos discrecionales de los dineros públicos, con autosucesiones verdaderas o simuladas, y solidaridades patrimoniales de partido. La vieja épica peronista viró así hacia una casta de dirigentes humildes apegados a la administración pública que se transformaron paulatinamente en hombres ricos. "Para pensar bien no hace falta vivir mal", decía con cinismo un potentado comunista. Y el cinismo es lo que más cunde en este nuevo inframundo de demagogias, negocios privados, intereses públicos, cajas que compran voluntades y otras muchas picardías de época.
Aunque luego debió arrepentirse para que los kirchneristas lo perdonaran, el filósofo José Pablo Feinmann tuvo su Momento Pentotal (el suero de la verdad) y confesó en voz alta un pudor que muchos intelectuales K manifiestan en voz baja: "Es muy incómodo adherir a dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno nacional, popular y democrático, y que te hablan del hambre".
Después la polémica derivó en si esa fortuna era o no malhabida y en otras cuitas. Pero esa frase memorable, y la ocurrencia de solicitarle a la Presidenta que done diez millones de dólares de su bolsillo para paliar la pobreza y así dejar tranquila la conciencia de la militancia, expresan una posición acaso irrenunciable para el progresismo. Recordemos, a propósito, que muchos funcionarios y simpatizantes del movimiento nacional y popular militaron o adhirieron antes al Frepaso, la fuerza que tanto énfasis puso en ser y parecer, en la ética pública y en la lucha contra la corrupción. Poco de esa voluntad les queda a algunos kirchneristas reconvertidos, que parecen haber claudicado frente al nuevo apotegma peronista: para hacer política hay que tener plata. El fin justifica los medios. Si antes robar para la corona era una aberración y tener muchos bienes suntuarios una certificación de sospecha e impudicia, hoy nada de eso resulta grave, puesto que lo más importante es la consumación del modelo.
Horacio González, factótum de Carta Abierta, cuestiona al periodismo de investigación, que tiene obsesión por el patrimonio de los que gobiernan. Pero admite que la compra de hoteles y de terrenos en El Calafate mientras los Kirchner ejercían el poder "con no ser un hecho desatinado, muchos hubieran preferido que no sucediera." Ese señalamiento, no obstante, ocurre en medio de una prosa general que relativiza la importancia de la transparencia, el financiamiento oscuro de los partidos y los expedientes de corrupción, que duermen en juzgados temerosos o en comisiones dominadas por el Frente para la Victoria. Asuntos que hubieran espantado a los frepasistas son perfectamente ignorados por los kirchneristas. Tengamos en cuenta que a veces se trata incluso de las mismas personas.
El propio Feinmann, que antes había acertado, pronuncia un concepto para la perplejidad al escribir sobre la entrevista que le hizo este diario: "El problema surgió cuando -no lo pueden evitar- encaró el tema de la corrupción. Viejo tema golpista que jamás estuvo ausente del clima propiciatorio de toda alteración del orden constitucional." El interés por la honestidad pública es destituyente, salvo cuando ese interés indague a un gobierno neoliberal.Involuntariamente, ayudó a silenciar estos asuntos el concepto "honestismo" con el que Martín Caparrós aporrea a quienes adjudican a la corrupción todos los males de la República. El gran cronista aclaró acertadamente que apuntaba contra quienes ponían la honestidad por encima de las grandes problemáticas. Pero la idea fue tomada por intelectuales kirchneristas como coartada para evitar cuestionar a los corruptos de sus propias filas, pecado mortal en el que no cae el PT de Brasil. Caparrós se refería a que la honestidad debía ser el grado cero de la actividad política. Claro, el problema es que en este país siempre estamos luchando no ya para ganar el combate sino apenas para subirnos al ring: el grado cero nunca está garantizado.
Los periodistas, si no queremos ser espectadores pasivos de las glamorosas postales de la prosperidad de los políticos, deberemos seguir investigando. Y hacer, como es tradición en la prensa anglosajona, lo propio con las empresas privadas. En este último ramo, en el que no hemos hecho lo suficiente, podrían ayudarnos los periodistas militantes, que teniendo esa enorme oportunidad también la descartaron..

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