Qué tienen en común Argentina, Italia y Brasil? la corrupción

Posted: 14 Aug 2012 07:43 AM PDT
Publicado por ACIJ
Cómo la corrupción se las arregla para estallar en algún momento de la historia de cada país. De eso es lo que trata esta nota, que relata las características propias de la corrupción en Brasil, Italia y la Argentina.

Variadas corrupciones

En Italia se llamó “tangentópolis” (ciudad de los sobornos); en la Argentina fue la “banelco” (coimas legislativas); en el Brasil es el “mensalao” (coimas mensuales).
Se trata del estallido de grandes procesos de corrupción que desnudan sistemas políticos estructuralmente enfermos. Pero lo importante no es la explosión sino la manera en que cada país la encara, porque eso es lo que demuestra el carácter y la voluntad de los dirigentes políticos de cada nación.
En Italia se descubrió una red sistemática donde la totalidad de los miembros de los partidos políticos integrantes del sistema, recibían dineros al margen de la ley como práctica usual.
El alto crecimiento económico de la península (el llamado “boom”) gestó empresarios que se enriquecieron comprando la complicidad de los políticos. Pero cuando estas prácticas pasaron a ser muy costosas, los empresarios miraron para otro lado y dejaron que los jueces destruyeran a “tangentópolis” metiendo en prisión  a prácticamente toda la clase política italiana, para luego ocupar esos mismos empresarios el poder dejado vacante por los políticos.
Berlusconi fue la expresión de esos empresarios corruptores que quitaron el poder a los políticos corruptos pero para multiplicar las conductas corruptas, ya no con coimas sino directamente confundiendo los intereses de sus empresas con lo público.
En la Argentina, durante el menemismo, se consolidó la matriz estructural de la corrupción en democracia. Los ministros cobraban sobresueldos que multiplicaban por diez su remuneración legal y las leyes eran sacadas a pedido de los empresarios y tarifadas en consecuencia.
Cuando asumió el radical Fernando De la Rúa alguien convenció a él o a sus hombres más cercanos que para sacar leyes había que seguir pactando con el sistema y allí estalló el escándalo de las coimas en el Senado. Los principales partidos políticos, en la medida en que estaban implicados muchos de sus miembros en el escándalo, negaron la corrupción evidente. Los que no estaban implicados -como el vicepresidente Chacho Álvarez- sólo atinaron a renunciar y la Justicia siguió el camino sinuoso donde el tiempo relativiza todo.
La consecuencia fue, entonces, la previsible: por más que haya caído el gobierno y estallado el país, la corrupción no cesó de profundizarse, en forma similar al camino que siguió en Italia, ya no sólo vía coimas o banelcos, sino a través de una asociación mucho más profunda entre el poder político y empresarios surgidos directamente de ese poder; no sólo un capitalismo en el que los políticos y los empresarios se hacen “amigos”, sino un capitalismo en el que los políticos en el  poder crean sus propios amigos empresarios. En eso estamos hoy.
Algo parecido ocurrió en Brasil en los primeros años de Lula presidente, cuando se descubrió que muchos miembros de su gobierno -por muy representantes de los obreros que se dijeran- compraron votos legislativos y establecieron connivencias con empresarios a partir de los fondos públicos, como en Italia y la Argentina.

Lula defendió siempre a los imputados y, como suele hacer el poder político cuando es acusado de corrupción, atacó a la prensa con los mismos latiguillos con que hoy se lo hace en la Argentina: que es el partido de la oposición, que “Fohla miente” en vez de “Clarín miente”… la misma burda maniobra.
Sin embargo, con la asunción de Dilma Rousseff, las cosas parecen tomar un rumbo distinto: es la propia Presidenta quien decide ponerse al frente de las denuncias contra la corrupción y proponer la “faxina” (limpieza) moral, pese a que la mayoría de los implicados son de su propia coalición de gobierno. Aclaremos que no se trata de un reclamo que pidió la sociedad sino de una decisión que ella tomó casi en soledad.
Vale decir, en Brasil hoy, en lo que se da en llamar “el juicio del siglo”, no sólo la Presidenta toma en sus manos la lucha contra la corrupción, sino que la mayoría de los acusados provienen del oficialismo actual, con lo cual Dilma conquista el desagrado de toda la clase política junto a la simpatía creciente de la mayoría del pueblo.
Posiblemente en los cálculos de la señora Rousseff esté la convicción de que en democracia, tarde o temprano, la corrupción deviene el principal obstáculo contra el desarrollo. Y Brasil parece querer seguir desarrollándose, no sólo sus élites sino su sociedad entera.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Credo del oficial de Marina

Quien es Nilda Garre?

Venta de Estancia El Cóndor, de Luciano Benetton, en 38 millones de dólares.