La conexión argentino-iraní, clandestina


La conexión argentino-iraní, clandestina

Por Mariano Grondona | LA NACION

La interpretación del memorándum de entendimiento entre el gobierno de la República Argentina y el gobierno de la República Islámica de Irán sobre el ataque terrorista a la sede de la AMIA en Buenos Aires, perpetrado el 18 de julio de 1994, atravesó velozmente dos fases desde que el documento fue firmado por ambos gobiernos el 27 de enero de este año, hace menos de un mes. Desde el momento en que la Argentina fue la víctima de ese atentado e Irán es el sospechoso de haberlo ejecutado, se pensó al principio que la intención de nuestro gobierno era que comparecieran ante los tribunales argentinos los acusados, entre los cuales se contaban altos funcionarios iraníes.
De haberse cumplido esta presunta intención, el gobierno argentino habría obtenido un éxito resonante, ya que son contadas las ocasiones en que un régimen despótico reconoce su participación en un acto terrorista como lo hizo excepcionalmente Libia en el atentado de Lockerbie de 1988, cuya autoría terminó por reconocer el dictador Muammar Khaddafy. Al poco andar de la publicación del memorándum argentino-iraní, empero, se empezó a sospechar que Irán, lejos de reconocer su participación en el atentado de la AMIA, buscaría la impunidad. Esta sospecha vino acompañada por otra mucho más grave: que entre los gobiernos de Teherán y de Buenos Aires estaba madurando un entendimiento que apuntaba más allá, quizá mucho más allá, de la explosión en la AMIA.
Como se recordará, el memorándum argentino-iraní fue precedido por una larga investigación de los tribunales argentinos de cuyas actuaciones resultó el pedido internacional de captura contra funcionarios iraníes, a quienes el régimen iraní se negó a entregar a la justicia argentina. Cuando el memorándum argentino-iraní se firmó, algunos se atrevieron a suponer que nuestro país había dado un paso decisivo en su demanda de justicia. Pero ¿no fue la suya, a la inversa, una "jornada de incautos"? ¿O, al contrario, el gobierno argentino, lejos de ser incauto por buscar justicia, quiso aprovechar el enredo que se había creado para estrechar lazos con Irán porque se siente cada vez más cerca del núcleo de gobiernos despóticos formado por la Venezuela chavista, el propio Irán, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo Morales, la Nicaragua de Rafael Ortega y la Cuba de los hermanos Castro?
Si esto fuera así, pareciera que el que obtuvo su propósito es el gobierno iraní, al que le pesaba la acusación argentina de que es un agente activo del terrorismo internacional. Pero esta acusación, que ha sido avalada por prestigiosas personalidades jurídicas nacionales, como el fiscal Nisman, y organismos internacionales, como Interpol, acaba de ser negada nada menos que por el memorándum de entendimiento argentino-iraní, es decir, por las víctimas y por los tenidos por victimarios del atentado de la AMIA, los cuales estarían actuando, así, en forma conjunta. Los que creían haber ganado la partida, por lo tanto, la estarían perdiendo. Este drama de enredos hace recordar a la famosa Jornada de los Incautos, cuando en la Francia del siglo XVII todos los que conspiraban contra el cardenal Richelieu creían haberlo vencido sin advertir que había ocurrido justamente lo contrario.
¿Quién, entonces, está engañando a quién? El memorándum de entendimiento que acaban de firmar los gobiernos de Irán y la Argentina es un escueto documento que no llega a dos carillas, en el que se anuncia la creación de una llamada "Comisión de la Verdad", que tendrá por objeto analizar los informes sobre el atentado reunidos hasta ahora solamente del lado argentino, ya que el lado iraní ha rechazado toda responsabilidad por la agresión a la AMIA. Lo cual quiere decir, en la práctica, que Irán no tendrá casi nada que comunicar a la flamante Comisión de la Verdad, mientras que la Argentina deberá entregarle los miles y miles de fojas que ha reunido en 19 años de investigación y que apuntan en gran medida a señalar la culpa de los funcionarios iraníes en la terrible explosión de 1994, cuya captura internacional ya ha sido pedida no sólo por los tribunales de nuestro país, sino también por Interpol.
En el Senado, mientras tanto, el memorándum de entendimiento argentino-iraní fue aprobado esta semana por 39 votos contra 31, una mayoría acotada por algunos disensos que no comprometieron al fin la abrumadora ventaja del 54 por ciento que había logrado el Gobierno en las elecciones de 2011. La semana próxima, ¿repetirá el oficialismo su hazaña en Diputados? ¿O la oposición crecerá hasta neutralizarlo?
Ésta es, en definitiva, la cuestión. Con la inocente apariencia de un "memorándum de entendimiento" entre dos gobiernos, en efecto, lo que se está proponiendo aquí es nada menos que un giro de 180 grados en la ubicación de la Argentina en el mundo. Después de ser probritánica casi desde los comienzos de nuestra vida independiente, esta ubicación fue pronorteamericana hacia los años cuarenta y cincuenta del siglo XX y culminó a partir de los años sesenta y setenta en una definición puramente latinoamericana, cuando la Argentina abandonó su sesgo eurocéntrico para volcarse geopolíticamente a su propia región mientras los Estados Unidos, después del atentado contra las Torres Gemelas de 2001, se desentendían abiertamente de ella.
¿Estaríamos, por lo tanto, en las vísperas de un nuevo cambio geopolítico de la Argentina? La semana que viene, si la Cámara de Diputados confirma el memorándum de entendimiento argentino-iraní que ya aprobó el Senado, nuestro país inaugurará un giro geopolítico de dimensiones tan colosales como los giros anteriores de lo probritánico a lo pronorteamericano, sin olvidar la "tercera posición" de Perón en 1945, y lo simplemente latinoamericano de los años sesenta y setenta, con esta diferencia crucial: que, mientras todas estas definiciones anteriores fueron explícitas porque dieron lugar a amplios debates, la conexión argentino-iraní que se está gestando ahora es inconfesa y en cierto modo clandestina , ya que se presenta bajo la forma de un ropaje engañoso aparentemente destinado a condenar precisamente a aquel gobierno con el cual el gobierno argentino proyecta en verdad aliarse: la República Islámica de Irán.
Esta inquietante visión implica que, cuando estamos hablando de "latinoamericanización", no nos estamos refiriendo a "una" América latina, sino a "dos": primero, a la América latina mayoritaria y democrática que se está desarrollando a pasos agigantados en los casos de naciones como Brasil, México, Chile, Uruguay, Colombia, Perú y otras afines, pero, segundo, a un grupo minoritario de naciones de inclinación totalitaria entre las que se cuentan la Cuba de los Castro, la Venezuela chavista, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo Morales, la Nicaragua de Ortega y, más recientemente, el nuevo eje argentino-iraní que se está gestando. ¿Y cuál sería la diferencia entre estos dos conjuntos? Que el primer conjunto es claramente "republicano" porque sus gobernantes admiten y cumplen los plazos determinados por la Constitución, pero el segundo conjunto incluye a autócratas presuntamente inmortales. Los que hablan entre nosotros de una "Cristina eterna" están empujando a la Presidenta en esta segunda dirección. ¿Y qué dice al respecto el pueblo argentino? No dice nada, porque no ha sido consultado. Si se lo consultara, probablemente optaría por la república, pero el empeño del Gobierno parece ser que ni siquiera se entere; que, a la inversa de las históricas jornadas de Mayo, esta vez el pueblo no sepa de lo que se trata..

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