ArgenGoThic City y sus villanos tiene a mal traer al jefe O'hara
















Jubilado, sin plata y "controla" Ciccone





Por Hugo Alconada Mon | LA NACION









"¿Que yo qué con Boudou? ¡Ja, ja, ja! ¿O sea que soy millonario?", pregunta el jubilado que cobra el haber mínimo Carlos Raúl Schneider, del otro lado de un alambrado oxidado, antes de que su risa estalle en carcajada.
"¿Vos me estás jodiendo?", interroga a LA NACION luego de enterarse de que figura como apoderado del fondo de inversión controlante de Ciccone, la empresa que recomienda la Casa de Moneda para imprimir billetes.
Schneider, 75 años, retirado de la Marina Mercante tras 27 años de servicio "y ni un peso", aclara desde el jardín de su humildísima casa -la más humilde de toda la cuadra- de Longchamps, una hora al sur de la Casa Rosada. Jura y rejura que él no es socio de nadie ni representante de ninguna empresa ni mucho menos de un fondo de inversión holandés, ni sabe qué es o qué produce la ex imprenta Ciccone Calcográfica. Es decir, todo lo contrario de lo que consta en los registros oficiales. Sólo luego recordará que le dieron $ 200, hace unos años, por firmar "unos papeles" y que él "necesitaba mucho los mangos".
En esos papeles, Schneider figura como representante de la sociedad extranjera Tierras International Investments CV, constituida en Holanda con las firmas de dos mujeres de las Antillas. Acaso también "prestanombres": una mujer de 33 años, Jullisa Abigail Comenencia-Koolman, y otra de 39, Indra Farah Marie Vilchez.

En la Argentina, también figuran tres abogados como apoderados, pero sólo para su inscripción administrativa: Hernán Melchor Cruchaga, Gonzalo Pascual y María Victoria Ctibor, el primero de los cuales deslindó toda responsabilidad "en lo que hagan los dueños de la sociedad", cuyo nombre evitó precisar por el "secreto profesional" (de lo que se informa por separado).
Inscripta como sociedad extranjera en la Dirección de Personas Jurídicas de la provincia de Buenos Aires mediante el legajo 1/167050, en el expediente 21209/143013-9, el verdadero representante de Tierras International Investments CV es Alejandro Paul Vandenbroele, el abogado al que su mujer, Laura Muñoz, señaló como amigo, presunto "testaferro" y gestor de negocios del vicepresidente Amado Boudou.
El 15 de marzo de 2010, fue Vandenbroele, no Schneider, quien representó al fondo de origen holandés en la asamblea de accionistas de The Old Fund SA, con la que meses después tomaría el control -y la presidencia- de la ex imprenta Ciccone Calcográfica.
"A ver, «Piluso», empezá de nuevo y dejame tomar nota", pide Schneider, que por algún motivo bautizó "Pilusa" a su perrita, de raza desconocida, y apoda "Piluso" a todo aquel que se le ponga adelante.
LA NACION le explica entonces que figura como representante de un fondo holandés, que aparece con un domicilio en la calle Davel de Longchamps, partido de Almirante Brown, en pleno conurbano bonaerense, pero con un número de casa incorrecto. De hecho, ese número no existe. Y, peor aún, figura como representante de otras dos sociedades extranjeras. Schneider no parece convencido y vuelve a la carga: "¿Vos me estás jodiendo?".

"ESTO ES LA ARGENTINA"

Ambas sociedades también son de origen holandés: Sky Trasport [sic] Services CV y Chelsworth Holdings CV. Y mediante reuniones de socios que en teoría se celebraron, ambas, el 15 de febrero de 2010, dispusieron abrir una sucursal, cada una, en esa misma calle Davel de Longchamps. Pero allí, claro, no hay nada. Peor aún, en la primera consignaron mal su apellido, "Scheneider", aunque su documento sí es el correcto.
"Para que sepas, «Piluso» -aclara el jubilado-, me enteré de que hay cinco DNI con mi nombre y algún hijo de puta cobró el retroactivo que me corresponde a mí en la Anses. Pero, bueno, esto es la República Argentina, ¿no?"
Nacido en 1936, Schneider conserva una buena apariencia física. Cobra la jubilación mínima -"1400 pesos de bolsillo", aclara- y no quiere que nada pueda perjudicar a su hija. Eso es, insiste varias veces, lo "único" que le importa.
Entra y sale de la casa varias veces. De andar rápido y ágil, aparenta menos años de los que tiene. Y es rápido para el retruque y dejar claro que no le gusta nada el Gobierno. "A mí, con ellos, nada, ¿está claro, «Piluso»?", refuerza.
Schneider delimita, también, ciertas pautas y reglas. "No quiero que me saques fotos. Y si alguien me llega a venir a joder, lo cago a tiros", dice, antes de que la sonrisa retorne a su rostro, como si nada. Para él, cuenta, mientras muestra unas fotos colgadas en el armario de su cuarto, su vida actual "es andar en bicicleta".
La cocina de su casa es poco más que testimonial, mientras que Pilusa deambula entre una mesa de madera petisa y tres sillas de madera que hay en el jardín delantero, entre la casa sin timbre y el número pintado con pincel en una maderita, y el alambrado que delimita con la calle y el quiosco de al lado, de un vecino con el que Schneider se lleva bien. O al menos lo bastante bien como para compartir la noticia.
"Pará, pará, «Piluso», dejame que le cuente lo que me estás diciendo. ¿Así que soy el jefe de una empresa internacional?", le dice a LA NACION, que le aclara que no, que sólo figura como su representante de ese fondo holandés que controla a la firma argentina que controla a la ex Ciccone. Y vuelve a la carga: "¿Vos me estás jodiendo? Mirá que tengo mis problemas del corazón, ¿eh?".
EL REPRESENTANTE 
En cuatro líneas, el anuncio publicado en el Boletín Oficial bonaerense en julio de 2009 informó la inscripción en el país de la firma holandesa Tierras International Investments y la designación de Carlos Schneider como su representante.
SILENCIO DE LA AFIP SOBRE SU ACTUACIÓN 
La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) mantuvo ayer su silencio oficial sobre el régimen "excepcional" de pagos que le concedió a la ex Ciccone Calcográfica, y que LA NACION reveló en su edición de ayer. La AFIP le otorgó ese plan durante 2010, después de lograr que la Justicia decretara su quiebra y cuando allegados a Amado Boudou tomaron el control de la firma.













"Sociedades sospechosas. Testaferros y domesticados". Por Jorge Lanata

_Cómo un monotributista “socio” de Boudou se convierte en millonario. El silencio del vice, del Gobierno, de la propaganda K y de la Justicia.__
Primero, los hechos. El lunes 6, en el mediodía de radio Mitre, Nicolás Wiñazki dio a conocer el resultado de una investigación que le había llevado varios meses: Alejandro Paul Vanderbroele, un monotributista categoría B (con ingresos de poco mas de $ 1.000 al mes declarados a la AFIP) se había quedado con Ciccone Calcográfica, la única empresa privada de la Argentina autorizada para imprimir papel moneda, cheques, patentes de automóviles, etc.

Pero esta no era solamente una historia de evasión impositiva. Vanderbroele estaba vinculado al vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, lo que explicaba la sucesión de hechos irregulares que permitieron que el monotributista emprendedor se quedara con una empresa quebrada que facturaba 200 millones de dólares al año.

El desembarco de Vanderbroele en Ciccone estuvo rodeado de un constante aire de impunidad y fue posible gracias a una cadena de hechos irregulares que trasciende la casualidad:
El juez de la quiebra de Ciccone, pedida por la AFIP, Javier Cosentino, decidió que la planta podía ser alquilada y abrió la posibilidad de ofertas: la empresa Boldt (una compañía con antecedentes en el mercado gráfico y en el juego) se impuso sobre la Casa de la Moneda y la propia AFIP.
La AFIP decidió, entonces, pedir que se levantara la misma quiebra que antes había solicitado.
Al secretario Guillermo Moreno le tocó cerrar la pinza: Comercio Interior decretó que Boldt ya tenía una imprenta, por lo que el alquiler de Ciccone “producía una concentración empresaria” del sector gráfico.
La Cámara de Apelaciones en lo Penal Económico hizo lugar a la medida de Moreno.
Varios acreedores de Ciccone recibieron, en medio del proceso judicial, la visita de un representante de Boudou y, en nombre del entonces ministro de Economía, quien les sugirió que aceptaran en Ciccone al fondo de inversión manejado por Vanderbroele: The Old Fund.
El 3 de septiembre de 2010, Vanderbroele hizo rendir como nadie sus $ 1.000 mensuales declarados al fisco: pagó en la sucursal Tribunales del Banco Ciudad $ 567 mil en efectivo para levantar la quiebra de Ciccone.

Vanderbroele no llegó con una sola mano a hacerse de la empresa. Lo permitieron varias manos: Ricardo Echegaray, titular de la AFIP, arrepentida de la quiebra que ella misma había pedido; el secretario de Comercio, que vio allí otra amenaza de monopolio; los jueces que hicieron la venia sin chistar y la influencia del vicepresidente de la Nación.

“Yo soy un hombre de Amado Boudou, represento al Gobierno y ustedes no se tienen que preocupar por el futuro de la empresa”, le dijo Vanderbroele a los empleados de Ciccone y a los delegados del sindicato gráfico en una de sus primeras visitas a la empresa. “Tenemos garantizado que después de las elecciones vamos a imprimir papel moneda”, abundó.

Llegaba pisando terreno seguro: antes de las elecciones había tercerizado la impresión de las boletas del Frente para la Victoria.

“Me dijo que estaba haciendo negocios con él, que se iba a quedar con buen dinero, que se trataba de coimas”, me dijo aquel lunes en la radio Laura Muñoz, la esposa de Vanderbroele, separada de hecho, enfrentados por la tenencia de su pequeña hija.

Ante el micrófono, Laura Muñoz sonaba segura y valiente: contó que había recibido amenazas, que intentaron comprarla, que quisieron hacerla pasar por loca y que hablaba como su única salida para defenderse. “Ahora que esto es público, no se van a animar a matarme”, dijo.

En paralelo, Andrea Rodríguez, productora de Lanata sin filtro, intentaba comunicarse con el celular de Vanderbroele. El amigo de Boudou atendió en persona y cortó la comunicación. El vocero del vicepresidente también había enmudecido.
—¿Estás convencida de que tu esposo es un testaferro de Boudou? –le pregunté.
—No tengo ninguna duda –dijo.
Otro funcionario cercano al vicepresidente entró en escena para favorecer al monotributista entrepreneur. Katya Daura, titular de la Casa de la Moneda, le recomendó al Banco Central que Ciccone imprima la mitad de los billetes de 100 pesos que se pondrán en circulación este año: 600 millones de billetes a un costo de unos 50 millones de dólares.

Los días posteriores. El aparato oficial de propaganda ignoró el hecho por completo, aunque la mayoría de los diarios y radios del país se ocuparon del asunto.

El vicepresidente evitó cuidadosamente al periodismo y ningún funcionario del Gobierno, incluidos los opinadores profesionales, mencionaron la denuncia, ni siquiera para desacreditarla.
El martes 7, a las 14.12, mi interés en el asunto ya era casi antropológico. Le pregunté al ex fiscal anticorrupción Manuel Garrido si le encontraba explicación al silencio judicial: ¿ningún fiscal actuaba porque recibían llamados oficiales? ¿Por miedo? ¿Por abulia?

“Obviamente, tienen que actuar, pero no lo van a hacer porque los órganos de investigación están desmantelados. Esto se va a ir diluyendo con el tiempo”, dijo Garrido, quien abandonó su carrera judicial harto de la misma enfermedad.

Y siguió: “Todo el mundo sabe que quien hace una investigación que afecta al Gobierno va a tener problemas en su carrera. Están todos domesticados. Los fiscales saben que si investigan esto van a tener consecuencias negativas. Los casos graves de corrupción terminan en la nada porque hay intereses que hacen que los jueces no avancen en las causas; ni siquiera pueden abrir investigaciones de oficio porque se arriesgan a sanciones de la Procuraduría o de otro organismo”.

La verdad es, a veces, luminosa y cruel. Pero conocerla nos vuelve responsables.
“Están todos domesticados”, dijo Garrido. Domesticar significa amansar y hacer dócil a un animal o a una población entera. No es lo mismo que “domar”, es peor que eso: en la doma, el animal sigue siendo salvaje, en la domesticación se vuelve genéticamente dócil.

Todos recordarán aquella historia de los elefantes en los circos: desde pequeños, los atan a una estaca; en los primeros meses, la estaca tiene más fuerza que el elefante bebé, pero a medida que el animal crece la tensión de la madera es cada vez más insignificante. A los pocos meses, el elefante bien podría, de un tirón, liberarse de la estaca. Pero no lo hace. Está domesticado. Ni siquiera hace falta algo que lo retenga. Es él mismo quien no quiere salir o quien cree que no puede hacerlo.


Jorge Lanata para Perfil - 11/02/12













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