En Siria lo peor no ha hecho más que comenzar


En Siria lo peor no ha hecho más que comenzar

Los rebeldes sirios disparan en Homs contra las fuerzas militares del Gobierno con un blindado, obviamente arrebatado a sus enemigos. Hay ya pocas dudas de que el conflicto de Siria debe ser definido como una guerra civil. Se suele decir en los libros que cuando la cifra de víctimas supera el millar ya se puede hablar de guerra civil. La distinción deja de ser académica si el Gobierno ni siquiera controla por completo la capital y sus inmediaciones. Jeremy Bowen, de BBC, encontró hace unos días a un grupo de rebeldes a media hora del palacio presidencial.
Hay ya muchos análisis que indican que el conflicto ha pasado el punto de no retorno para Asad. La presión internacional no conducirá en principio a una intervención como la de Libia, pero no va a ir a menos.
Resulta significativo que varios dirigentes de Hamás abandonaran la capital siria a finales de año. La visita de Khaled Meshal a Amán se ha interpretado como un intento de conseguir el acuerdo jordano para que Hamás aumente allí su presencia. Damasco es ya un lugar demasiado peligroso.
La gente empieza a acumular dólares, indicio habitual de que la economía del país se basa ya en tipos de cambio irreales. Eso además suele aumentar la corrupción, porque los funcionarios y sectores que dependen de la Administración se deciden a hacer caja, incrementando los sobornos para resguardarse ante un futuro incierto. Los que tienen previsto huir del país si la situación se deteriora siempre necesitan efectivo en grandes cantidades. Y ese aumento de la corrupción contribuye a minar aún más la credibilidad del Gobierno. El argumento de que el sistema es básico para mantener la estabilidad pierde entonces todo valor.
Es el momento en que comerciantes y empresarios comienzan a preguntarse si el país tiene algún futuro. La economía no se va a recuperar aunque el nivel de violencia no sea constante.
Hay que suponer que el Gobierno mantiene un cierto apoyo popular entre los alauitas y otras minorías que se oponen al dominio por los suníes. La oposición no tiene dudas: Asad acabará como Gadafi.
Habrá quien piense que el nivel de violencia sufrida es tal que nadie se arriesgaría a ponerse del lado del régimen a menos que esté dispuesto a luchar hasta el final. Sin embargo, está claro que el Gobierno no ha utilizado todavía toda la fuerza del Ejército en la represión. Aún no ha llegado el momento en que todo el mundo tenga que decidir en qué 

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