Sangre , sudor y.....champagne.
El belicismo es un estado perpetuo para la humanidad contemporánea. Desde los tiempos más lejanos, el hombre ha combatido por territorios, por causas religiosas o étnicas. Hoy, aunque las excusas cambien, la barbarie continúa.
POR HECTOR PAVON - Clarin
Hubo una primera batalla. Diversas fuentes históricas refieren que la primera gran refriega documentada fue la de Megido en el siglo XV aC. El faraón Tutmosis III, al mando de las fuerzas egipcias, combatió contra un grupo de guerreros cananeos al mando del rey de Kadesh. El motivo de la disputa era la propiedad de Retenu, una zona que hoy pertenece a Palestina y Siria. Ganaron los egipcios y los cananeos debieron retirarse a la ciudad de Megido donde fueron sitiados y derrotados. Esta batalla sería el punto de partida para el esplendor egipcio. Se la cita como la primera batalla porque se ha constatado el uso de “arco compuesto” y también porque por primera vez se contaron las bajas. La guerra fue un estado excepcional. Hoy ya no. Poco a poco se convirtió en uno de los motores principales de la historia universal y en un hecho repetido. El filósofo italiano Giorgio Agamben ha señalado en su libro Homo sacer que el estado de excepción se ha convertido en la condición permanente de la política actual. Ya desde 1914, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, el mundo perdió para siempre la noción de paz total. Desde entonces, enormes hechos históricos agilizaron el correr del siglo XX. La Guerra Civil Española fue la antesala de las grandes batallas y matanzas de la Segunda Guerra Mundial que culminó con el terrorífico nacimiento de la era nuclear. El triunfo de los Aliados no trajo el estado pacífico que el mundo esperaba. Automáticamente comenzó la Guerra Fría, ese nuevo enfrentamiento casi silencioso entre las potencias de Occidente y Oriente; entre el mundo capitalista y un mundo comunista que durante décadas iba a generar un equilibrio de fuerzas con Washington. Se trataba de una nueva forma de combatir. En secreto, de forma indirecta, en territorios lejanos a los de la Unión Soviética y de EE.UU. La guerra de Corea en los años cincuenta iba a dejar su marca permanente con un final que dejó un país dividido. Los años sesenta iban a poner nuevamente a EE.UU. participando de una guerra muy lejos de su territorio. Vietnam, la “amenaza comunista” que debía ser combatida y detenida para evitar que la “mancha roja” se expandiera por el mundo. Vietnam no fue una guerra más para el imperio norteamericano. Si bien, al principio los propios estadounidenses desconocían, incluso, la existencia de este lugar en el mapa, poco a poco fueron convencidos de su necesidad por la clase dirigente que hablaba de una causa épica y heroica. Según el historiador Christian G. Appy, los líderes estadounidenses aducían la necesidad de tropas para ayudar a una “pequeña democracia luchadora” de Vietnam del Sur a mantener su independencia de una agresión comunista externa lanzada desde Vietnam del Norte y diseñada por la Unión Soviética, y la China comunista. Y afirmaban que si EE.UU. no lograba evitar el despegue comunista, un país tras otro caería en el poder de sus enemigos durante la Guerra Fría. Pero EE.UU. fue derrotado por el ejército vietnamita. Al mismo tiempo, guerras cortas y largas se vivían en Oriente Medio que tenía como protagonista al joven Estado de Israel que combatía con sus vecinos árabes para hacerse un lugar en la geografía y en la historia. La Guerra de los Seis Días fue un conflicto bélico que enfrentó a Israel con una coalición árabe formada por Egipto, Jordania, Irak y Siria entre el 5 y el 10 de junio de 1967. Israel terminó conquistando territorios clave de la región. Durante la segunda mitad del siglo XX el continente africano se desangró ante la cadena interminable de guerras civiles que no sólo aducían motivos políticos, sino también raciales y religiosos. El último cuarto de siglo conoció la cruenta guerra entre Irán e Irak; la guerra surgida luego de un partido de fútbol entre Honduras y El Salvador; Malvinas; Perú y Ecuador, entre muchas otras. Más cercano en el tiempo, ocurrió el tremendo atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York y con la vida de más de 3 mil personas. Inmediatamente EE.UU., con George Bush a la cabeza, ponía en marcha la maquinaria de la guerra contra el terrorismo. El ataque de Al Qaeda dejaba de ser un simple atentado para transformarse en un acto de guerra. Así lo calificaron los norteamericanos y así se justificó la invasión a Afganistán. De algún modo cumplió la función de Pearl Harbour, ese ataque aéreo japonés que implicó la inclusión de EE.UU. en la Segunda Guerra. Luego vino la segunda invasión a Irak en 2003 (la primera fue en 1991) y en la década de 2010 la democratización de los países árabes incluyó el bombardeo a Libia por parte de EE.UU. y el Reino Unido para terminar con Kadafi. “Hoy ocurre que quien produce violencia se justifica con una razón metafísica –protestaba recientemente el filósofo Gianni Vattimo–. Por ejemplo el bombardeo sobre Irak; todas las guerras llamadas humanitarias no son guerras normales. Es como si uno dijera: hay un pedazo de tierra, que nos disputamos, hagamos una guerra para quedárnoslo. No. Decimos que los otros son criminales y nosotros los matamos, los ajusticiamos, los metemos en la cárcel. Para bombardear Libia se acusa al gobierno de violar los derechos humanos. Sí, pero se violan en muchísimas otras partes del mundo. ¿Por qué bombardean sólo ahí? La ideología de la criminalización del disenso es la que triunfa en la globalización.” A su vez, el pensador alemán Rudiger Safranski sostenía: “Seguramente vamos a ser testigos de más guerras y matanzas, aunque quizá ya no de guerras mundiales como las del siglo XX: más bien guerras locales, ‘asimétricas’, estados desintegrados, guerras de bandos, terroristas, etcétera. No olvidemos que sigue habiendo armas nucleares, esto es, el potencial de autodestrucción de la humanidad sigue disponible. Y tampoco se puede descartar un desvío de armas nucleares ‘sucias’ hacia la circulación ‘privada’. La brecha entre ricos y pobres crea conflictos que la escasez de recursos energéticos y el cambio climático no hacen más que enardecer. De ahí que no se pueda garantizar un mundo en paz. La experiencia también enseña que la supuesta ‘bondad’ natural del hombre no garantiza la paz. El hombre tan bueno no es y para conservar la paz necesita de la justicia, pero también la protección por medio de las armas. Al parecer, la paz seguirá siendo siempre una paz ‘armada’”. En este número especial de Ñ hemos abordado la guerra y las guerras, como fenómeno permanente que se recicla a sí mismo y no encuentra nunca su fin. Las tropas estadounidenses no se pueden retirar, no pueden vivir en paz. Y esa sensación de inseguridad perpetua ha sido motivo de análisis. Bauman nos habla de una situación que se perpetúa en la búsqueda y fabricación de enemigos para mantener entretenidos a los guerreros. Un presidente es ungido con el Premio Nobel de la Paz y continúa las guerras que le dejó su antecesor. Las Malvinas, la derrota militar y su reflejo en la literatura. Siria y su laberinto de fuego. México y el terror cotidiano. La etapa superior del capitalismo concretada en los ejércitos privados. Las nuevas tecnologías, las armas biológicas, las guerras por el petróleo, la arriesgada misión de los corresponsales de guerra. Y también el espejo bélico que devuelven la literatura, el cine, el arte y los juegos de computadora. Todas las formas para hablar de los contenidos de la barbarie. Sun Tzu en El arte de la guerra , libro escrito en el siglo IV antes de Cristo enseñaba: “Un soberano no puede convocar un ejército porque está enfurecido, ni un general pelear porque se siente agraviado. Porque mientras un hombre colérico puede recobrar su felicidad, y un hombre agraviado puede llegar a sentirse satisfecho, un Estado destruido no puede restaurarse ni pueden los muertos ser devueltos a la vida”.
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