Todo cambia en la India
Por Emilio Cárdenas | Para LA NACION


Algunos políticos les apasiona cambiar los nombres de las ciudades, plazas, calles y hasta de los Estados. Esa es, según creen, no sólo una forma de manipular la historia, sino también una manera de inmortalizarse. Lo cierto es que normalmente no son las cosas las que cambian, sino nosotros.
En rigor, con frecuencia el cambio es apenas una caprichosa expresión de populismo. Un ejemplo de esto es lo que acaba de suceder en la India, en el Estado conocido desde 1947 como Bengala Occidental, al este del país. Hablamos del Estado cuya capital es Calcuta (hoy: Kolkata), emplazada en el delta del río Ganges, que aloja a unos 15 millones de personas, donde trabajó -desde la santidad- la ejemplar Madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad.
Curiosamente, la Argentina y Venezuela -en extraña alianza geopolítica- tienen programado un partido de fútbol internacional en Kolkata (Calcuta). Ocurre que esa ciudad es, lejos, el mayor centro futbolístico de la India.
Desde 1772 hasta 1911, esa ciudad fue temporalmente la capital de la India, hasta que Nueva Delhi la reemplazó, cuando los británicos decidieron que el clima político de Calcuta se había enrarecido. No hace sino algunos pocos meses, el Partido Comunista de la India -que gobernaba Bengala Occidental desde 1997- fue derrotado sorpresivamente por el partido del Congreso de Tinamool, encabezado por una hábil mujer: Mamata Banerjee.
Ella acaba de decidir cambiar el nombre tradicional del Estado a "Paschimbanga", medida que desató de inmediato acusaciones de ser simplemente una expresión de populismo del tipo del practicado en su momento por la propia Indira Gandhi. El cambio se hizo por razones locales, fundamentalmente de corte nacionalista. Esto es, para alejarse del idioma inglés y anclarse en el bengalí, la lengua hablada por la mayoría de la población del Estado, de algo más de 90 millones.
Pero ocurre que el inglés es hoy el idioma del comercio, de las ciencias y de Internet. Por esto, difícilmente se lo abandone.
Alguna vez la India, en el orden nacional, concretamente en 1774, decidió reemplazar el persa por el inglés como el idioma judicial del país. Más tarde, cuando sobrevino la independencia, la India dispuso que el inglés sería un "idioma oficial asociado". Ya en 1965, se sancionó una ley por la cual se decidió que el inglés debería ser abandonado paulatinamente y reemplazado por el hindi.
Pero dejar de lado el inglés en un país en el que millones de personas hablan hindi, pero también millones se comunican mediante otros idiomas, como el tamil, el bengalí, el malayalam, el telegu, el marathi, el punjabi, el assamés, el oriya, el gujarati y algunos otros, suponía el riesgo de dejar a muchos incomunicados. Por esto, la norma aludida cayó en desuso ante la posibilidad de segmentar a un país que habla no sólo una gran variedad de idiomas, sino decenas de dialectos. Por eso, todavía hoy el inglés es utilizado por 350 millones de indios, lo que supone que, en los hechos, la India contiene al grupo de personas más grande del mundo de habla inglesa. Muchas están en Calcuta, la capital económica del este de la India.
Los cambios de nombre, sin embargo, no son extraños en la India. Bombay es Mumbai, desde 1995; Calcuta, como hemos dicho, es ahora Kolkata; Madrás es Chennai, y la cuota de confusión generada por los cambios sigue adelante.
Caro como ejercicio, y una práctica que, en el corto plazo, es desconcertante para los turistas y extranjeros. Pero, curiosamente, puede también resultar incómoda para decenas de millones de personas de las muchas que componen el rompecabezas racial de la India, porque de hablar bengalí, ellas tienen muy poca o ninguna idea. 

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