El futuro como excusa


El futuro como excusa

Por Martín Lousteau | Para LA NACION

Felipe González, el hombre que con sus catorce años de gobierno llevó a España a la modernidad, definió una vez el objetivo que tenía en mente al asumir: que los ciudadanos españoles se enamoraran de su pasaporte y pudieran lucirlo orgullosos al cruzar la frontera. Y vaya si lo logró: bajo su liderazgo, el ingreso por habitante creció cerca de un 90%, y las bases de desarrollo allí sembradas permitieron que con el tiempo dicha economía se transformara en la cuarta mayor de la eurozona. Por eso, da pena ver a esta España que aguarda un rescate de la Comisión Europea y va cediendo, aunque lo nieguen sus gobernantes, grados de soberanía. Igual que da lástima observar en Grecia una película cuyas imágenes los argentinos aún recordamos con pavor.
En cada foro internacional del que participa, Cristina Fernández de Kirchner no para de aleccionar a otros mandatarios acerca del error de las políticas que la Unión Europea está implementando. Su prédica no sólo apunta a aquellos mandatarios de países en apuros. La Presidenta también hace alarde de haber explicado a Dilma Rousseff la situación hasta convencerla de tomar una postura en contra del ajuste. O de haberle advertido a Nicolás Sarkozy sobre las equivocadas decisiones del premier galo que, según ella, le costaron finalmente la elección.
No caben dudas de que los argentinos sabemos de crisis por haberlas experimentado, pero que Argentina deba ser el ejemplo a seguir por las naciones más desarrolladas hay una distancia mayúscula
No caben dudas de que los argentinos sabemos de crisis por haberlas experimentado con demasiada asiduidad. Por si ello fuera poco, los problemas estructurales creados por el euro guardan, en muchos aspectos, similitudes con los tiempos de la convertibilidad. Pero, de ahí, a que Argentina deba ser el ejemplo a seguir por las naciones más desarrolladas hay una distancia mayúscula. Con el desdén por la inflación y la pésima asignación del gasto público , nuestro país ha desperdiciado la herencia de un tipo de cambio sumamente competitivo y un superávit primario que el 2001 nos legó, además del extraordinariamente ventajoso contexto internacional.
Ya sea en su picardía política o en su ignorancia económica, la Presidenta confunde las necesidades del relato interno con los monumentales desafíos de la crisis global. Desde el punto de vista político, seguramente será útil culpar al resto del mundo de la recesión hacia la que se encamina Argentina y que recién comienza a sentirse en la calle. La situación internacional también servirá para explicar el torpe proteccionismo y el exceso de intervención acumulados domésticamente. Seguramente por ello, las referencias a lo que ocurre en Europa son cada vez más comunes en el discurso oficial. Pero lo cierto es que la economía local ya se encaminaba por méritos propios hacia un estancamiento, y que las medidas de los últimos meses lograron hundirla un poco más. Cuando las consecuencias de esa dinámica se palpen, el Gobierno deslindará su responsabilidad y señalará hacia el otro lado del Atlántico. El futuro que aguarda a Europa se transformará así en la excusa. Con esa justificación, la Presidenta nos contará que el mundo está como está por no seguir sus recomendaciones y que sus líderes hubieran hecho bien en recurrir más a Paul Krugman con sus repetidas referencias a la Argentina.
Ya sea en su picardía política o en su ignorancia económica, la Presidenta confunde las necesidades del relato interno con los monumentales desafíos de la crisis global
Sin embargo, hay que tener cuidado. La "Receta K" de Krugman es distinta a la "Receta K" de Kirchner. No es lo hecho por las administraciones de ella y su marido lo que el premio Nobel recomienda a algunas naciones europeas. Leyéndolo adecuadamente se aprecia que lo que el economista sugiere a varios países periféricos de la zona euro es la medicina DD (default y devaluación), que en estas tierras bien podría ser llamarse "doctrina Rodríguez Saá - Remes Lenicov". Como se ve, lo que Krugman sugiere no es una manera de administrar la bonanza sino algo mucho más penoso y difícil: conducir hacia la crisis y luego en medio de ella. No es algo para tomarse a la ligera y, cuando finalmente ocurra, tampoco será motivo para alegrarse..

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